domingo, 20 de octubre de 2013

Te das cuenta de lo que tienes, cuando lo pierdes.

Ella ya sabía que no debía enamorarse de un chico que nadie recomienda, pero se enamoró de todas formas pensando que él cambiaría. Ya sabes lo que dicen, el reto de toda mujer es convertir a un cabrón en un caballero. Con el paso del tiempo, ella se dio cuenta de que se habían perdido las miradas cómplices y las largas horas de charla por las noches. Ella ya no era la que estaba a su lado cuando él se encontraba mal, ni era la primera en enterarse de sus buenas noticias. Se sentía sustituida por otra, y aunque sus amigas le decían que la otra no le llegaba ni a la suela del zapato, ella perdió la poca autoestima que tenía.

Él hacía como si no la conociera y ella sólo buscaba a alguien que le devolviera la autoestima que el último chico que pasó por su vida se llevó. Ella se dio cuenta de que el cerebro trabaja 24h al día, 365 días al año, desde que naces hasta que te enamoras y que con el paso del tiempo aprendes que no importa en cuantos pedazos se te parta el corazón, que el mundo no se va a detener para que lo arregles. Dicen que no se madura con los años, sino con los daños, y que el tiempo te enseña que no se puede volver hacia atrás para no cometer tus errores, por eso debes saber bien jugar tus cartas. Hay que aprender a hacer las cosas por ti misma sin la ayuda de nadie, y así, te darás cuenta de lo que realmente puedes soportar, de lo fuerte que eres y de lo lejos que puedes llegar cuando pensabas que no podías más. Si algo aprendí de Shakespeare fue que “la vida vale más cuando tienes el valor de enfrentarla”. No llores por alguien que te hace daño, sólo sonríe y dale las gracias por darte la oportunidad de encontrar a alguien mejor que él.

Ella acabó encontrando a alguien que cuando le miraba, le miraba de una forma diferente, especial, era como si se quedara sin aire, impresionado. Le hacía sentir especial, única en el mundo, le abrazaba fuerte y le hacía sentir que no existía lugar más seguro que sus brazos, le veía con su peor cara, despeinada, sin maquillaje, en los peores momentos y aun así, seguía pensando que era la chica más guapa del planeta. Al cabo de un tiempo, una mañana, él la vio desde lo lejos andando por la calle, lucía una sonrisa tan llena y dulce que deslumbraba a todo el que pasaba por su lado, se movía con esos gestos tan dulces que la caracterizaban, y su pelo largo brillaba tanto como el Sol. Él no paraba de mirarla y pensar: “Ella fue mía, pero por mis actitudes la perdí y me arrepiento”. Cada vez que se cruzan, él recuerda todo lo que ella hizo por él y no sabéis lo que le jode haber sido tan imbécil

No hay comentarios:

Publicar un comentario